Reflexión: Las 4 líneas del Pecado
El Pecado Original ha sido, a lo largo de la historia, un concepto rodeado de múltiples interpretaciones. Si bien la tradición lo asocia con la desobediencia y la caída del hombre, existe una lectura más profunda que lo vincula no tanto con la transgresión moral, sino con el acto de nacer en un estado de desnudez. Pero esta desnudez no se refiere meramente a la falta de vestiduras físicas, sino más bien a la condición humana de ignorancia primordial. Al venir al mundo, el ser humano carece del conocimiento esencial que conecta su conciencia con las verdades universales, quedando atrapado en el velo de la materialidad.
En este contexto, la Inquisición no fue simplemente una institución religiosa destinada a mantener el control dogmático, sino una maquinaria de poder que, bajo la fachada de la evangelización, buscó extinguir cualquier vestigio de conocimiento auténtico. Lo que algunos podrían llamar «una cruzada en nombre de Dios», en realidad podría percibirse como una cruzada satánica, entendiendo aquí «satánica» no en términos literales, sino como una fuerza que obstaculiza la búsqueda de la luz y la sabiduría. Al destruir los saberes antiguos y perseguir a aquellos que se apartaban del dogma oficial, la Inquisición intentó silenciar el acceso al conocimiento ancestral y místico que ha sido parte de la humanidad desde tiempos inmemoriales.
Este conflicto entre luz y oscuridad, verdad y represión, se entrelaza con los principios del Karma y el Dharma, conceptos que nos recuerdan que cada acción tiene una consecuencia, y que el propósito de nuestras vidas no es otro que encontrar la armonía con las leyes universales. En los Archivos Akáshicos, donde se inscriben todas las experiencias del alma, se encuentra también la clave de nuestra razón de ser: la búsqueda del conocimiento verdadero. Es a través de esta búsqueda que el ser humano puede despojarse de la ignorancia, la verdadera desnudez del Pecado Original, y alcanzar una comprensión más elevada de su propósito y de las leyes que rigen tanto su destino personal como el del cosmos.
Así es como, en última instancia, las dinámicas del Karma y el Dharma nos invitan a reconciliarnos con el motivo de nuestro nacer: aprender, evolucionar y redescubrir lo que, en lo más profundo, siempre hemos sabido pero hemos olvidado al venir a este mundo en estado de desnudez e ignorancia.
El pecado definido en las tablas de Moisés y supuestamente entregadas por un ángel directamente y por mandato de Dios, son simplemente unas normas de convivencia, (Poner reglas en el juego) (Normas Sociales).
Los famosos Pecados Capitales son una reflexión por aquellas cosas que al fin y al cabo destruyen al hombre. Al dejarse llevar por sus impulsos, placer o desidia y que recaen de una manera directa sobre él. (Auto destrucción).
Luego y por último, está “Ese Pecado”, esa inconfesable tentación que nos sumerge en un vaho de excitación, es un juego, en el que entran: el reto, el miedo, la embriaguez de la vida y la autodeterminación, el amor, la desidia y tantas otras sensaciones que no podría describirlas todas. En ese terreno incierto, el amor puede mezclarse con la desidia, el deseo con la apatía, y las emociones fluctúan como olas en un mar turbulento.Es una danza en la que participan tanto la luz como la sombra, lo divino y lo terrenal. Y, sin embargo, aunque intentáramos ponerle palabras a esa experiencia, siempre habría algo que se nos escaparía, porque «Ese Pecado» vive en un espacio donde lo racional no puede capturar completamente su esencia.
Para unos puede ser lanzarse en paracaídas o conducir a 150Km por hora. Para otros, subir al Everest o amar con locura hasta perder el norte de la propia vida (se crean los falsos ídolos y dejamos de utilizar nuestra existencia en favor de otros).
Es ahí cuando la entrega se hace absoluta y nos sumergimos en un torbellino oscuro , profundo y denso que nos anula como individuos y entonces, la vida es cruel y por lo general, nos arranca de sopetón nuestro asidero (ese falso apoyo) para que retomemos nuestro propio camino. Este caso se relaciona directamente con “Efesios 2. 8 y 9” de La Biblia), aquí entran todos los retos; un tanto absurdos y que de una u otra manera puedan destruir nuestra vida física o psíquica.
Pero también entran los pecados inconfesables; esos pecados bien llamados “CAÑAS”, los ejemplos me sobran para describirlos: Es aquel en el que, NO puedes reconocerle al otro por respeto que “Si eres culpable”:
-El marido infiel que jamás podrá reconocerle a su mujer que “sí lo hizo”, simplemente porque sabe que ella no se lo merece.
-El del hijo que totalmente bronceado y con arena en toda la ropa, “Jurará a sus padres que él no salió de casa”.
-Ese niño pequeño que rompe un objeto y con las manos ocultas detrás, solamente dice un “Yo no Fui”.
-El empleado que para no ir a trabajar “mata a su abuela” o el que roba una caja de grapas.
Así que, para mí, el Pecado es una realidad tan variopinta como insondable, una presencia que nos acompaña a lo largo de la vida, siempre al acecho, haciendo sombra a cada decisión que tomamos. Sin embargo, paradójicamente, también se convierte en uno de nuestros más sabios ángeles protectores. En su doble naturaleza, el pecado nos revela nuestras propias contradicciones y deseos, y nos invita a explorar los límites de lo permitido y lo prohibido.
No es simplemente una fuerza oscura que nos empuja hacia el error; es, más bien, un maestro silencioso, que a través de la tentación y el conflicto, nos enseña sobre nuestras debilidades, nuestras pasiones y nuestras aspiraciones más profundas. Nos confronta con la realidad de nuestras elecciones, y en esa tensión, en ese juego entre lo correcto y lo incorrecto, encontramos la oportunidad de crecer, de conocernos mejor y, quizás, de descubrir lo que realmente importa. Así, el pecado, en toda su diversidad, no es solo una sombra, sino también una luz que nos guía hacia una comprensión más profunda de nuestra propia naturaleza.
Ricardo Latouche Pardo
Autor de la caricatura: Fano